Inspirados por Cincuenta sombras de Grey (Juan, Málaga)

Experiencia 50 sombras de GreyAquí y ahora, voy a contar cómo pudo suceder que yo, un hombre malagueño de 54 años, un marido amoroso, me encontrara cometiendo adulterio.

No hubo señales premonitorias. Jamás había considerado la infidelidad, ni siquiera lo había pensado. Me encontraba en el bar donde voy siempre a tomar un café cuando debo matar el tiempo entre dos compromisos de trabajo. Conocía a la mayor parte de los otros clientes, pero en esta oportunidad, en la mesa junto a la mía se hallaba una mujer que nunca había visto antes.

Tendría cerca de 40 años y estaba leyendo un libro. Era un tipo de mujer muy distinto de mi esposa. Tenía un no sé qué que me intrigaba, y me encontré mirando contínuamente en su dirección. Ella lo notó y, en un cierto punto, me miró con sus ojos verdes, se ruborizó ligeramente y sonrió.

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Luego volvió su atención nuevamente a su libro. Una vez habiendo terminado mi café, me puse en pie para regresar al trabajo pero, antes de salir del local, nuestras miradas volvieron a cruzarse, esta vez durante más tiempo y con mayor intensidad.
Como decía, regresé tranquilamente a mi trabajo. En ese punto no pensaba aún en ser infiel.

Algunos días más tarde, pasé mi descanso en el mismo bar y, después de un cuarto de hora de estar allí, llegó también ella. Todas las mesas estaban ocupadas, por lo que se dirigió derecho hacia mí y me preguntó si podía sentarse a mi lado. ¡Claro! ¿Por qué no? Tenía nuevamente aquel libro con ella. Lo apoyó sobre la mesa, y entonces pude darle una ojeada.

Con gran sorpresa, se trataba de la segunda parte de la novela Cincuenta sombras de Grey. Había oído hablar de ese libro y, más o menos, sabía de qué se trataba. Lancé una sonrisa a la mujer y ella la devolvió. Se ruborizó, pero me miró directamente en los ojos. Esa mirada suya me impactó con profundidad y sentí una agradable excitación recorriéndome por dentro. Un tanto avergonzado, sólo para romper el silencio, le pregunté a la bella mujer si el libro que estaba leyendo le agradaba.

Habría sido mejor si le hubiera preguntado algo más banal o si hubiera lanzado en ese momento un comentario sobre el clima. Esa pregunta sobre la novela echó leña al fuego. Me preguntó si conocía el libro en cuestión y qué pensaba de él. Le comenté lo poco que sabía al respecto y ella se entusiasmó de inmediato. Dijo, emocionada, que jamás había encontrado un hombre con el cual pudiera discutir esa historia y me preguntó si tenía tiempo y quería dar un pequeño paseo con ella, para hablar de la novela con total tranquilidad. “Estoy casado”, fue mi respuesta. “Yo también”, dijo inmediatamente ella. Agregó que no sería nada malo, que sólo hablaríamos del libro, que no era un crimen.

Me sentía tan atraído por ella que no supe resistirme y, en menos de lo esperado, nos encontrábamos paseando en el parque. Hablamos de nuestros respectivos matrimonios, de la monotonía de la cotidianeidad y del hecho de que debe de haber algo más en la vida. Ella me halagaba diciéndome que en su opinión transmitía una especie de “autoridad” que le fascinaba mucho.

Me dijo que, con un hombre como yo, le encantaría poner en práctica algunas de las cosas que había leído en ese libro. En ese punto habíamos definitivamente roto el hielo. Me di cuenta de que yo también deseaba tener sexo con esa hermosa mujer y que encontraba excitante la idea de dar lugar a mi lado dominante.

Desde ese momento en más, todo sucedió como si hubiera sido algo que hacíamos desde siempre. Quedamos para un día de la semana siguiente en un hotel en el cual no correríamos el riesgo de ser vistos o reconocidos por nadie.

Yo reservé la habitación y luego fui a un sex shop. Me quedé allí un tiempo contemplando las esposas, sin lograr decidir qué comprar. La simpática dependienta debe de haberse dado cuenta de mi duda y me ofreció su ayuda. Le expliqué con la mayor delicadeza posible cuáles eran los deseos de mi pareja. Ella se comportó en modo muy profesional y me aconsejó cuerdas de seda china, una venda suave para los ojos, una larga pluma y un flogger (una especie de látigo con tiras suaves de gamuza).

Empaquetó todo en modo discreto y yo a su vez coloqué todo en el maletero de mi coche, mientras mis fantasías sexuales crecían sin mesura.

Había llegado el día de nuestro encuentro. No fue necesario decirnos nada, el deseo se leía en nuestros ojos. Apenas llegamos al hotel, nos precipitamos hacia la habitación que habíamos reservado y, sin decir una palabra, literalmente nos arrancamos la ropa. Luego de haber dejado que mis dedos exploraran su cuerpo, até a mi amante a la cama con la cuerda de seda.

Le coloqué la venda sobre los ojos y comencé a estimularla con la pluma y con el flogger, hasta que comenzó a contorsionarse de placer debajo mío. Incluso yo, en ese punto, estaba excitado hasta un punto increíble y, cuando la penetré, ambos llegamos a un orgasmo de tal intensidad que dejó en ridículo a mis fantasías más desenfrenadas.

Luego permanecimos abrazados por un tiempo, para recuperar las fuerzas. Luego se puso en pie, se vistió, me dio un beso apasionado en los labios y dijo: “Gracias. Me has hecho sentir lo que necesitaba. No puedo volver a verte, sin embargo.

Me siento demasiado culpable por mi marido”. Yo también comenzaba a sentir la conciencia sucia. Pero esa aventura fue, para mí, el inicio de una pasión. No sé qué sucedió con aquella mujer. Sólo sé que la experiencia que tuvimos juntos me inspiró y me animó a compartir esas fantasías con mi mujer. Ahora esas prácticas son parte de nuestra vida sexual conyugal y me han permitido descubrir un lado de mi mujer completamente nuevo y excitante. ¡Jamás hemos sido tan felices como ahora!