Tengo 25 años, me llamo Adrián y vivo en Málaga. Trabajo como consultor de negocios en una pequeña oficina compartida con otras empresas.
Además de mí, no hay muchos otros profesionales independientes. Nunca duran demasiado: normalmente tengo un nuevo compañero de oficina cada un par de meses, como máximo, hasta que retorna a trabajar a su hogar o ve a saber dónde hasta que llega el próximo.
Pero esta tía rubia de 22 años me llamó la atención desde el inicio y permaneció trabajando varios meses consecutivos; más tiempo de lo normal. Recuerdo aún el primer día que la vi. Me senté frente a ella porque deseaba conocerla; ella me sonrió, pero no me dirigió la palabra.
Página de "aventuras" galardonada
Fue entonces cuando hablamos por la primera vez. Sospeché que ella había ido allí por mí, porque antes de ese momento jamás la había visto tomarse un momento de descanso. Para ser sincero, en un inicio no me di cuenta siquiera que era ella la que me preguntaba si podía sentarse junto a mí para hacerme compañía, pero cuando me di cuenta de la situación, me quedé estupefacto, ¡y bastante!
Esto bastó para volver a encender mi interés. No un interés del tipo “te deseo en este momento”, sino más bien una curiosidad por conocerla. Hablamos de esto y aquello y debo decir que jamás he hecho tanto esfuerzo para hablar con una mujer.
No ha sido culpa de ella. Creo que se debía al hecho de que la había visto todos los días durante mucho tiempo sin habernos jamás realmente conocido. No estaba acostumbrado.
Las cosas permanecieron así durante todo el otoño, hasta el invierno. En un cierto punto, noté que ella hacía cada vez más horas extra. ¿Quizá no sabía que podía pedir la llave del edificio para ir y venir autónomamente sin necesidad de que hubiera alguien en la recepción? No lo sé.
De todos modos, estábamos solos con frecuencia. Al inicio trabajábamos cada uno en nuestras cosas sin intercambiar palabra. Una tarde, sin embargo, de pronto me hizo una pregunta técnica, a la cual, obviamente, respondí inmediatamente.
Entonces comprendí que ella tenía ganas de charlar conmigo. Mientras más horas extra hacíamos juntos, más charlábamos y menos lográbamos concentrarnos en nuestros trabajos. Ese invierno nos quedábamos con frecuencia hasta tarde en la oficina.
Una vez incluso nos quedamos hasta la una de la mañana. Ese día ella se había sentado junto a mí desde las diez para ver los videos de mi humorista preferido en YouTube, que también la hizo morir de la risa a ella.
Debo admitir que en esa época me sentía más bien frustrado. Sabía que le gustaba: sin falsa modestia, sé que soy un hombre muy atractivo. Por otra parte, por mi trabajo debo siempre tener un aspecto elegante y cuidado y con el pasar del tiempo me he habituado.
Sin embargo, la situación no evolucionaba. Discutíamos temas profundos, hablábamos de nuestras vidas privadas, confiábamos el uno en el otro. Yo la admiraba. Había logrado tener éxito como periodista contando sólo con su duro trabajo, e incluso finalmente había interrumpido sus estudios universitarios para trabajar.
A veces me hacía favores, porque sí, sin haberlos pedido. Pero por lo demás parecía que todo se limitaba a la esfera profesional. O, como máximo, al pequeño tramo de calle que hacíamos juntos al volver a nuestras casas, caminando uno junto al otro hasta el semáforo, donde nuestros caminos se separaban. Realmente no sabía qué esperar de aquella mujer.
En retrospectiva, pienso que he sido un estúpido, pero entonces no me parecía recibir señales inequívocas de su parte. Había otra mujer, en cambio, que hacía de todo para hacerme entender que le gustaba. Era una investigadora colega de un docente, con el cual hasta el día de hoy tengo muy buena relación. Salí con ella un par de veces más que nada porque esperaba que luego me dejara en paz, pero claramente no fue una estrategia muy inteligente de mi parte.
De hecho, sucedió aquello que no debía suceder. Ella se enamoró de mí, me besó y antes de darme cuenta, me encontré en una relación.
Como si hubiera sido a propósito, el día siguiente mi bella colega fue al trabajo con un trajecillo color azul ultramarino que le sentaba muy bien. Aquí en la oficina, de tanto en tanto, algunos de nosotros damos conferencias abiertas al público, y ese día era el turno de ella. No logré contenerme y le hice un piropo frente a todos, cosa que visiblemente le dio placer. ¿Qué puedo hacer? Tengo debilidad por las mujeres bien vestidas.
Obviamente me entretuve hasta el fin de la tarde y asistí a su exposición. Mientras hablaba, continuaba sonriendo en mi dirección. Luego del fin del evento, ella continuaba cargada de energía y, luego de que todo el mundo se fuera, se sentó en su sitio y continuó trabajando impávidamente. No debería haberlo hecho, pero también me quedé yo en la oficina, claramente.
Normalmente no soy infiel, pero con aquel trajecillo azul, esa mujer me enloquecía realmente, sin contar que me sentía también sofocado dentro de la relación que, a mi pesar, apenas había comenzado, y de la cual deseaba liberarme lo antes posible. Naturalmente, con ella no hablé de todo esto. La tarde pasó como todas las tardes en las que trabajábamos juntos. En un cierto punto, nos hallamos sentados uno al lado del otro.
Estábamos tan cerca que sentía su brazo rozando el mío. Nada sucedió, hasta que nos encaminamos hacia nuestros hogares por el famoso tramo de calle en común y llegamos al semáforo, donde normalmente me dirigía hacia mi apartamento y ella hacia la estación del subterráneo. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de lo tarde que era: era la medianoche. Significaba que ella había perdido el último tren. En ese punto, le propuse pasar por mi piso, para poder dejar mis cosas, y luego la llevaría en mi auto… Siempre que fuera necesario que volviera a su casa, pensaba yo.
Lo repito, no soy del tipo que traiciona. Prefiero terminar una relación que no funciona antes de iniciar una nueva. No sé ni siquiera yo mismo qué tenía de mágica aquella noche, si era el hecho de que nos quedamos un largo rato sobre mi sofá. Luego llegó la música. Y luego el vino.
En aquel punto, ya estaba sucediendo. Tuvimos sexo. No sólo una vez. No me esperaba nada fenomenal, si no tal vez sólo la placentera sensación de ser deseado por una bella mujer, porque las otras con las que había estado no eran gran cosa en la cama.
Ella, en cambio, lo era, ¡y cómo! Pasó toda la noche y la mañana siguiente, y ninguno de los dos había cerrado un ojo, pero yo era feliz así. No me entristecía siquiera haber traicionado a mi chica, aún habiendo sido el primer engaño de mi vida.
Fuimos a la oficina por separado. Primero ella, luego yo, una hora más tarde. En esa hora tomé la decisión de dejar a mi novia. No era muy correcto de mi parte hacerlo habiendo llegado a ese punto, pero esperar aún más habría sido aún peor. La noche apenas transcurrida con mi colega me había convencido al 100% de que sería lo correcto. Incluso si acaso ella deseaba sólo una aventura (no lo habíamos hablado, pero creo que no era el caso), me habría parecido una buena decisión.
Pero, pasando por el estacionamiento frente a mi oficina, noté súbitamente el Golf rosado de mi novia. Un presentimiento fuertísimo me atravesó y, mientras subía en el ascensor, el pánico de que todo hubiera salido a la luz se volvía cada vez más intenso, hasta que entré en la oficina y el miedo se había vuelto realidad. Las dos mujeres, mi novia y mi colega, estaban sentadas la una junto a la otra. Ambas se giraron a verme apenas entré.
Ella, la que yo deseaba, simplemente dijo: “Tienes visitas”. Todo lo que recuerdo es cómo mi novia me dio una bofetada delante de todos, y luego otra, antes de girar sobre sus tacones e irse. No volví a verla ni a oír de ella, y sinceramente no me importó en lo más mínimo. Lo que, en cambio, me devastó, fue que mi colega dejó la oficina pocos días después. Desde entonces tampoco he vuelto a saber de ella.
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