Jamás podría haber imaginado que traicionaría a mi novio. Siempre me consideré como una persona extremadamente honesta y correcta, con estándares morales muy elevados.
En el círculo de mis amistades, en cambio, la infidelidad era algo cotidiano y había acabado por destruir incluso las relaciones más idílicas. Se dice que el sabio aprende de los errores de los otros: yo, sin embargo, ¡no lo hice!
Mi nombre es Sandra y tengo 23 años. Hace aproximadamente dos años vivo en Bilbao con mi novio. Adoro esta ciudad, porque ofrece infinitas posibilidades de diversión, y siempre puedo encontrar algo nuevo para hacer. Trabajo como asistente administrativa en la Universidad de Deusto, en pleno centro.
Página de "aventuras" galardonada
Me encontré pensando en nuestra relación pasada con una nostalgia cada vez mayor. Para nuestros amigos, éramos una pareja modelo y yo estaba más que feliz de tenerlo a mi lado. Era bello, simpático y afectuoso.
A menudo íbamos al cine o a comer fuera. Incluso mi familia lo consideraba como un “tipo ideal”, y con su actitud fascinante había conquistado sobre todo a mi madre.
Luego del inicio, sin embargo, nuestra convivencia comenzó a sufrir la monotonía de la cotidianeidad. A menudo David descargaba su mal humor sobre mí y pasaba todo el rato frente al ordenador en lugar de deleitarme con su compañía. Jugaba videojuegos en línea con sus amigos y prácticamente jamás se quitaba los cascos. Intenté hablarle seriamente, pidiéndole que se interesara un poco más en nuestra relación. Él juró que lo lamentaba, que me amaba muchísimo y que haríamos más cosas juntos. En efecto, mantuvo su promesa, hasta cuando perdió el curro.
Desde ese momento en más, David consagró su vida al ordenador. Se negaba incluso a salir para ver a nuestros amigos, evitaba el diálogo conmigo y reaccionaba en modo agresivo frente a cada intento mío de acercarme a él. Después de un tiempo, renuncié por completo. Dentro de mí esperaba que la situación retornara a la normalidad apenas él encontrara un nuevo trabajo.
Yo continuaba quedando con nuestros amigos. La mayor parte de ellos, sin embargo, estaban en pareja y, sin David, me sentía como la famosa “tercera rueda”. Por eso una noche salí con mis amigas solteras, Paula y María. Ellas dos, junto a los litros de alcohol que consumimos, me pusieron de un excelente humor. Nos divertimos mogollón, bailando y riendo como locas. Cuando unos tíos nos ofrecieron de beber, yo gentilmente decliné la oferta mientras mis amigas, visiblemente complacidas, se acercaron al bar dejándome, más bien avergonzada, con uno de los desconocidos. Era rubio y atractivo. Tenía los brazos musculosos, grandes hombros y su aroma emanaba una energía masculina increíble. Por un segundo me quedé paralizada, mientras él se presentaba diciendo que se llamaba Nicolás. Dijo que aquella noche debía manejar, por lo que se hallaba completamente sobrio. Yo, en cambio, no lo estaba, y cada minuto que pasaba sentía que los tacones me hacían doler más y más, por lo que le propuse que fuéramos a sentarnos en un pequeño sofá que se hallaba junto a la pista de baile. Si bien la música estaba a un volumen ridículo, hablamos enérgicamente durante al menos dos horas. En un cierto punto, me dio su número de teléfono en un trozo de papel que yo, maliciosamente, guardé dentro de mi escote. Luego comenzó a acariciarme el cabello. Yo me sentía embriagada por su perfume y no le detuve, mientras sentía que comenzaba a perder todas mis inhibiciones. No había salido con mis amigas esperando que sucediera nada similar. En realidad, sólo deseaba divertirme un poco. Pero cuando Nicolás me besó, no me opuse. Era una sensación tan bella, excitante y nueva… Sin embargo, apenas recuperé en sentido de la realidad y comprendí lo que había hecho, el sentimiento de culpa me venció y me marché. Inmediatamente escribí un mensaje de texto a mis amigas y regresé a casa donde me esperaba mi novio. Él, obviamente, se hallaba en el ordenador, y ni siquiera se dignó a voltearse hacia mí. Me fui a dormir abrumada por la frustración.
El día siguiente me encerré en el cuarto de baño y llamé a Nicolás a escondidas. Se le oía plácidamente sorprendido: después del modo en el que me había ido, no esperaba que me pusiera en contacto. Cuando salí de casa, David ni siquiera me preguntó a dónde iba. Nicolás, en cambio, me esperaba con una copa de vino y un masaje sobre el sofá. Era increíblemente atractivo y no pude resistirme a besarle. Deseaba sentirlo. Deseaba más. El sexo fue increíble. Me hizo sentir aquel placer que tanto me faltaba y que ya había olvidado. Nicolás era apasionado y sensual. Contrariamente a lo que me esperaba, esta vez no sentía nada de culpa. Estaba en la novena nube, si bien me encontraba haciendo eso que me había prometido no hacer jamás: ser infiel.
De aquella primera noche con Nicolás nació una aventura. Cuando le confesé que tenía un novio, él no hizo un escándalo al respecto y, en lugar de decir algo, me besó. Sexualmente, experimentamos mogollón de cosas nuevas. Nuestros juegos eróticos eran altamente excitantes e imprudentes. Una vez tuvimos sexo en mi casa, mientras David visitaba al dentista. La eventualidad de que pudiera descubrirnos volvía todo mucho más estimulante. Luego, sin embargo, me sentí culpable nuevamente.
David debe de haber percibido un cambio. El hecho de que yo siempre estuviera de buen humor probablemente le hizo sentirse bajo menos presión que antes. En sólo un mes finalmente había conseguido un trabajo bien pagado y había vuelto a ser aquel que era antes. Comenzó a buscarme nuevamente, excusándose mil veces por su comportamiento pasado. En ese punto estaba claro que yo debería poner fin a mi historia con Nicolás, pero no lo hice. Necesitaba la estimulación que me hacía sentir, por lo que continué quedando con él. Cada vez que nos veíamos regresaba a casa con la conciencia sucia.
Un día, cuando regresé a casa después de haber quedado en secreto con Nicolás, encontré el piso inundado con velas encendidas. David se arrodilló frente a mí y, con frases bellísimas y potéticas, me pidió que me casara con él.
En ese punto no logré contenerme y estallé en lágrimas. Le conté todo, sin guardarme detalle. Le dije que lo lamentaba infinitamente y que me odiaba por lo que había hecho. Por lo tanto, permanecimos ambos sentados en el suelo sin hablar, mientras yo lloraba amargamente. En un cierto punto, él se puso de pie y se marchó. Yo me sentía devastada, por lo que llamé a Nicolás. Le expliqué lo que había sucedido y corté la relación. Le rogué que no me buscara más, y él respetó mi deseo. Me refugié, desesperada, en mi cama. Acababa de destruir mi relación de pareja y había despedazado el corazón de la persona más importante de mi vida. Incluso si lo amaba con locura.
David regresó a la casa dos horas más tarde y se acostó en la cama junto a mí. Con la mirada fija en el cielorraso, dijo que sabía que me había descuidado y que era culpa suya si lo había traicionado. Luego se puso de pie y comenzó a tomar sus cosas. Yo lo observé sin lograr emitir palabra.
No volví a oír de él por dos largos meses. Luego, un día me llamó y me propuso que quedáramos. Tuvimos una larga conversación clarificadora y yo me sentí inmensamente agradecida por la oportunidad. No sé si regresaremos o no, ¡pero hay esperanzas!
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